3.2.06

Emboscada

Él despedía a su hijo, que se marchaba a la capital. El capitán llegaba con su vista abarcándolo todo, acostumbrado a realizar una inspección visual de cuanto sitio visitaba. Ambos apurados, ambos preocupados por lo que harían en un tiempo más, ambos lejos de sus seres queridos, ambos solos, ambos temidos.
- Adiós hijo.
- Hasta pronto papá. Te quiero.
- Adiós.
El niño abrazo a su padre y subió al tren que ya partía, dejando atrás su niñez, sus amigos y todo cuanto conocía.
El capitán venia en una misión secreta, a desbaratar la oposición le habían dicho. Él, por otro lado sentía nervios y eso le daba hambre, tenia que comer algo,pero no llevaba dinero.
Él volvió sobre sus pasos y sintió un golpe en el hombro, fue tan repentino que se sobresalto. Dio media vuelta y contemplo un rostro demacrado, moreno, con una cicatriz que atravesaba la mejilla derecha, el hombre que tenia detrás era algo mas alto que el y mucho mas robusto. Acabado: fue lo que le pareció. De pronto sin aviso ni dudar el hombre se abalanzó en un abrazo que no pudo reprimir, se sintió asfixiado.
- Hola Pedro, tanto tiempo.
- Perdón, quien es usted? - el otro hombre sonreía.
- No reconoces a los viejos amigos, soy Carlitos - Carlitos? claro que reconocía ese nombre, fue su mejor amigo, pero no sabia nada de él desde hacía mas de 20 años. Lo miro con incredulidad y poco a poco fue relacionando el rostro del que fuera hace mucho un adolescente en este rostro desecho, algunas piezas concordaban y también la altura y el cabello, solo que ahora cubierto por una boina de poeta. Por fin retribuyó el abrazo, mas por cortesía que por querer darlo. Caminaron hacia el centro de la ciudad, tenían tanto que conversar, le había dicho Carlitos, tantos años sin saber el uno del otro. Comieron en el viejo local de don José y también bebieron, pero con cautela. Carlitos pagó todo y le comentó que alojaría en una pensión, estaría un par de días visitando el pueblo - a recordar viejos tiempos - le comentó con una sonrisa.
Al cabo de un rato ambos supieron cuan desconocidos eran los otrora inseparables amigos, el tiempo había hecho de sus vidas dos cosas muy distintas. Solo dos desconocidos que conocen el nombre del otro y por error entablan una conversación.
No hablaron de sus vidas, el capitán por temor de herir a su amigo, él porque no le interesaba.
Se despidieron y se abrazaron, el capitán quedo de visitarlo, a su amigo, en cuanto se desocupara. El por pura cortesía le agradeció. Ambos tomaron caminos distintos, más caminos que esa misma noche se cruzarían.
El capitán se apresuró, había perdido mucho tiempo en el bar, quedaban seis horas para la reunión y debía preparar su equipo. Cuando llego a la pensión cerro la puerta con seguro y se afanó en limpiar su arma de servicio, debía estar preparado. Aunque no pretendía usarla, para este trabajo bastarían sus manos. Ya a la hora se encamino y cruzó el pueblo en dirección a donde tendría lugar la cita.
Una vez se despidieron también el padre tomo rumbo rápidamente, debía llegar a preparar la estrategia, el siguiente día sería decisivo en su lucha, esta noche se reuniría con su equipo, tres hombres mas. Deberían atacar al convoy que trasladaría al dictador del momento, tendrían su ultima oportunidad, no podían fallar. Ya reunidos, los cuatro hombres prepararon su armamento, dos revólveres, un fusil y una escopeta. La revolución dependía de su éxito.
El capitán observó largamente la casa, solo había una puerta y las ventanas estaban bloqueadas con madera. Seria fácil, pensó. Salió de su escondite y se encamino a la puerta. Escucho atento, pero no se oía nada adentro. En ese momento pensaba lo ilusos que eran los rebeldes, creer que 4 hombres podrían acabar con el cerco que rodeaba al presidente.
- Idiotas - murmuro.
Llamó a la puerta, tranquilamente como si fuese la de un vecino, esperó. Se abrió la puerta y apenas diviso la figura de su anfitrión lo agarro del cuello y rápidamente lo forzó hasta quebrarlo, había sido fácil: solo tenia 14 años. El miedo ni siquiera le dio tiempo para alertar a sus compañeros.
El capitán entró, sigiloso se acercó a la única habitación con luz en la casa, miró por la abertura de la puerta, podía ver a dos hombres, de espaldas a él. Rápidamente tiro la puerta con una patada y se hecho sobre el hombre que tenia mas cerca, saco su cuchillo y lo deslizo suavemente por la garganta de su victima, quien con un leve quejido, callo al suelo, agonizante, cómico pensó el capitán. El otro hombre, luego de un segundo de incomprensión cogió la escopeta y apuntó al desconocido, mientras su corazón saltaba dentro de su pecho, le temblaban las piernas y los brazos apenas sostenían el arma, el desconocido dejó caer a su compañero y lo miro directo a los ojos, era algo que el capitán disfrutaba: ver esos ojos llenos de odio, pero en los que era mas grande el terror. Ambos se sobresaltaron, no bastaba mas tiempo para reconocerse. Dudaron por un segundo, el capitán quiso decir algo, él no dudó mas y disparó, lo hirió secamente en el estomago. El capitán en un gesto fortuito soltó su cuchillo y tensó su cuerpo, debía cumplir su deber, tomo su arma y disparó. Fue certero, la bala dio en la cabeza de su amigo. Sabia que moriría y prefería hacerlo lentamente, como todo un hombre, pensó. Se acomodo en la pared, levanto la cabeza y vio al niño, mas pequeño que el otro. Sabía que vendría, pero no esperaba esa actitud, esa mirada contenía odio y terror. Comprendió que era él quien ahora odiaba y temía. No a ese niño (como podría hacerlo?). Supo que no alcanzaría a apretar el gatillo, y no porque creyera que había perdido habilidad, se sentía bien, sino porque había llegado su hora y no quería alargarla. Miró al niño, suplicante. Él apuntó, cerro los ojos y disparó, esta vez el disparo dió en el corazón del capitán.
Dos días después, los diarios publicaban el atentado sufrido por el presidente, indicaban que había sido una emboscada muy bien planeada, ocho hombres bien armados habían atacado al convoy, no sufrieron bajas, y los ocho hombres fueron muertos en batalla. Pero solo retiraron un pequeño y solitario cuerpo.

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