Ella abordo el último tren de la tarde, sin saber que había comprado un boleto con rumbo a la estación mas alejada, al norte. No sabía que haría, ni porque iba ahí, solo quería escapar. Los últimos años en la capital habían sido penosos, su vida no había mejorado con el nuevo régimen, seguramente el cambio del que se hablaba tardaría un poco en llegar a personas de su condición. Por lo pronto sintió el deseo de escabullirse a un lugar apartado, lejos de las grandes construcciones y los avances, empezaría de nuevo.
- Pero esta vez sola.- Se dijo.
Llego por la tarde, era un lugar gris y opaco, hacia frío y llovía.
- Al menos es silencioso.- Murmuro.
Comenzó a caminar por la primera avenida que encontró al salir de la Terminal, sus pasos eran pesados, no llevaba equipaje, solo un bolso de mano, unos billetes y su reloj. Regalo de su abuela, quien se lo había entregado mucho tiempo atrás, cuando ella era una niña, aun recordaba sus ultimas palabras - Tómalo y jamás lo dejes, te traerá suerte.- Esa noche, en que murió su abuela, había sido triste, la primera tristeza que recordara. Aunque no confiaba en la suerte que pudiera portar aquel objeto, lo quería, era su pertenencia más preciada y valiosa, de todo lo demás podría prescindir.
Al cabo de un rato llego a lo que le pareció el centro de la ciudad, unos cuantos edificios, no muy altos, una plaza bien iluminada, hermosa le pareció, y unas cuantas tiendas con grandes vitrinas. Al fondo de la calle vio un hotel, le pareció adecuado para pasar la noche ahí. Una vez acomodada en su cuarto se acostó inmediatamente, pronto vendrían los recuerdos y prefería estar descansada para enfrentarlos. Fue una noche apacible, durmió profundamente. Se despertó temprano, con los primeros rayos del sol, que daban de lleno en su ventana, por la que se filtraban los cantos de las aves. Se vistió y bajo a tomar desayuno al comedor del hotel, había unas cuantas personas, una pareja que reconoció como recién casados, dos hombres solos y una pareja de ancianos que supuso de vacaciones. Se sentó en un rincón, hacia la muralla, no quería sociabilizar. Termino su desayuno, tomo sus cosas y abandono el hotel. Camino hacia el oeste, sabia que el mar no debía estar muy lejos, así que se apresuro para no llegar demasiado tarde. Después de un par de horas llego hasta la playa, se quito los zapatos y comenzó a caminar por la arena, fue tan agradable sentir el agua fría en los pies y tan exquisita la sensación de la arena meterse entre los dedos, cansada ya de tanto caminar se tendió sobre la playa, noto que ya era tarde y el sol comenzaba a esconderse - debo regresar - pensó de pronto, y sonrió. Jamás regreses, respondió una vos en su interior. Soltó una carcajada y se quedo viendo el cielo rojizo de la tarde.
Ya de noche se reincorporó y busco donde comer, había decidido pasar esa noche en la playa, escuchando el sonido del mar, necesitaba sentir el viento en su cara, jugar en medio de la arena.
Entro en un restaurante, comió algo rápido y se fue.
- me queda poco dinero.- pensó.
Llego a la playa nuevamente, se tendió y cruzó los brazos tras a cabeza, contemplando las estrellas se quedo dormida y soñó con caballos alados, que despedían fuego por la narices. Despertó en la madrugada, cuando se hace mas fría la mañana, tiritaba. Se levanto y empezó a caminar, necesitaba calentarse. Al fondo de la playa encontró a unos vagabundos arrimados a una fogata, quiso acercarse, pero uno de ellos comenzó a gritar, que se alejara, logro entender. Asustada y con frío se alejo rápidamente, subió las escaleras que abandonaban la playa y llego a una plaza, había un hombre sentado en un banca, parecía ensimismado en sus pensamientos. Ella no le dio importancia y se sentó en una banca alejada de él. Sin embargo, él la había visto, la estaba esperando. Al cabo de unos minutos se acerco a ella y le tendió una chaqueta, que se abrigara, le dijo. Ella le quedo viendo y lo reconoció. Había querido olvidarlo pero no fue posible, el la había encontrado.
- Sabes que he venido por ti.
- Déjame en paz.
- No puedo hacer eso. Lo sabes.
La tomo del brazo y la obligo a seguirlo. Ella no se molesto en protestar, pues sabía que de nada serviría. Debió irse más lejos cuando aun estaba a tiempo. Cerca de allí el la empujo al auto, ella se dejo guiar, sin ninguna resistencia, aunque no quería ir. Se alejaron de la ciudad, subieron a los cerros, se alejaron de toda civilización, un camino de tierra y campo a ambos lados. Después de varias horas de conducción se detuvieron frente a un bosque, se internaron caminando por entre los arbustos y pinos.
Ella hubiese deseado que no se demorara tanto, que lo hiciera rápido y sin tanto preámbulo.
- ¿Por que lo hiciste? - pregunto él.
- Tú lo ibas a matar. Bastardo, lo ibas a matar.
- Me engañaste, no podía permitir que viviera.
- Mátame si quieres. No me importa.
- No, hoy me veras morir a mi.
Abrió el bolso que llevaba al hombro, de el saco una cuerda y la ato a un árbol, firmemente para asegurarse que no escapara. Luego cogió otra cuerda, subió a un árbol y ella supo lo que iba a pasar. Cerro los ojos mientras el hombre se lanzaba con la cuerda al cuello. Lucho unos instantes, colgado. Alcanzó a pensar que fue una tontería, pero ya estaba hecho.
- Lo hubiese pensado mejor antes de engañarme.- Logro murmurar antes de perder el conocimiento.